06 de mayo. Hace poco más de una semana se dio a conocer el documento denominado “Marco curricular y Plan de estudios 2022 de Educación Básica Mexicana”, que contiene una propuesta por demás polémica: la eliminación de los grados escolares del nivel básico, los cuales se pretende sustituir por seis “fases de aprendizaje” que abarcarían desde la educación inicial hasta la secundaria.
La primera fase 1 correspondería a la educación inicial; las fase 2 a la educación preescolar; las fases 3, 4 y 5 a los seis grados de primaria, y la fase 6 a los tres de secundaria. Asimismo, se plantea dividir las asignaturas en cuatro grupos de “campos formativos”.
A partir de la primera mitad del siglo pasado, la educación en nuestro país ha sido objeto de numerosas reformas, que en su mayoría han respondido más a criterios políticos que técnico-pedagógicos.
Entre ellas cabe mencionar la realizada en el gobierno de Luis Echeverría (1970-1976), cuando se llevó a cabo una reforma de contenidos que estableció la enseñanza por áreas en sustitución de las asignaturas.
En el de José López Portillo (1972-1982) se implementó el Programa Integrado para los dos primeros grados de primaria, el cual agrupaba los contenidos, objetivos y actividades en unidades de aprendizaje, sin clasificarlos en asignaturas o áreas.
En mayo de 1992, durante la administración de Carlos Salinas de Gortari, se publicó el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica y Normal, del que se derivó la descentralización de los servicios educativos, y en la de Enrique Peña Nieto se aprobó la reforma educativa que estableció el servicio profesional docente y la autonomía del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación.
Gran parte de estas reformas han sido verdaderos experimentos que en su mayoría han sido fallidos. El deterioro de la calidad de la educación en México, que se ha agudizado en las últimas cuatro décadas, se explica en gran medida por el hecho de que se ha experimentado una y otra vez en materia educativa, importando modelos de otros países, sin tomar en cuenta las características y necesidades del nuestro.
El modelo que hoy plantea la SEP parece ser un nuevo experimento que, como los anteriores, se pretende implementar sin la opinión de los maestros, que serán finalmente los encargados de ponerlo en práctica.
Pero si la sustitución de los grados escolares por las llamadas “fases de aprendizaje” resulta polémica, lo es más aún la “actualización” de los libros de texto para establecer un modelo educativo que el gobierno federal define como “decolonial, libertario, humanista, que termine con el racismo, con el clasismo y con las pruebas estandarizadas que segregan a la sociedad”.
Dicho de otra manera, lo que se pretende es dar a la educación básica un enfoque acorde con una línea política, la del gobierno en turno, e introducir la ideología de la llamada 4T desde la infancia.
Resulta preocupante y grave que no solo se pretenda seguir utilizando a los niños y a los jóvenes de México como “conejillos de indias”, sino que las aulas se puedan convertir en verdaderos centros de adoctrinamiento ideológico, como ha ocurrido en países de corte totalitario.
En el pasado, hubo gobiernos que sucumbieron a la tentación de poner la educación al servicio de la ideología; el actual tiene la oportunidad de demostrar que en verdad es diferente, privilegiando los intereses y el derecho de los niños y jóvenes a recibir educación de calidad, al margen de ideologías de cualquier tipo.
Hoy tiene la oportunidad de rectificar, de someter a una verdadera consulta de los especialistas en el tema las reformas que pretende implementar, para que estas respondan realmente a un enfoque científico educativo y a no una ideología encubierta en un manto pedagógico en cuyo interior se oculte, como caballo de Troya, el mensaje político del gobierno en turno.
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